Dios, que es inmortal, no vino a salvarse a sí mismo, sino a liberarnos a nosotros, que estábamos muertos; ni padeció por sí mismo, sino por nosotros. Hasta tal punto que si asumió nuestra miseria y nuestra pobreza, fue con el fin de enriquecernos con su riqueza. Pues su pasión es nuestro gozo; su sepultura, nuestra resurrección; y su bautismo, nuestra santificación.
San Atanasio de Alejandría
Sermón sobre la Encarnación del Verbo 2-5
Fotografía: F. Javier Ocaña Eiroa
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