taladraron las tuyas con clavos;
tus pies, por mis pies;
tus ojos, por mis ilícitas miradas;
por mis oídos durmieron los tuyos el sueño de la muerte.
La lanza del soldado abrió tu costado
para que tus heridas pudieran expeler a cada momento
de mi corazón impuro
todo lo calcinado por el fuego,
todo lo asolado a causa de mi prolongada suciedad.
Finalmente moriste para que yo viviera;
fuiste sepultado para que yo resucitara.
Guillermo de San Teodorico, siglo XII
Oración Meditativa 8ª. 5
Oración Meditativa 8ª. 5
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