jueves, 11 de febrero de 2010

Oración de un monje pecador a Santa María


¡Oh María, tiernamente poderosa, poderosamente tierna, de la que ha salido la fuente de las misericordias! No detengas, te suplico, esa misericordia tan verdadera allí donde reconoces tan verdadera miseria. Porque si yo, por mi parte, me siento confundido por la torpeza de mis iniquidades frente a tu santidad deslumbradora, tú, por lo menos, ¡oh Señora mía! no tienes que avergonzarte de tus sentimientos misericordiosos, tan naturales con un desgraciado.

Si yo confieso mi iniquidad, ¿me rehusarás tu benevolencia? Si mi miseria es mayor de lo que debía ser, ¿tu misericordia será menos de lo que conviene?

¡Oh, Señora mía!, tanto más indignas son mis faltas ante la presencia de Dios y la tuya, tanto más tienen necesidad de ser curadas gracias a tu intervención.

Cura, pues, ¡oh muy clemente!, mi debilidad, borra esta fealdad que os ofende; quítame, ¡oh muy benigna! esta enfermedad, y no sentirás esa infección que tanto te repugna; haz, ¡oh muy dulce! que no tenga más remordimientos y no habrá nada que pueda desagradar a tu pureza. Hazlo así, ¡oh Señora mía! escúchame.

Cura el alma del pecador, tu servidor, por la virtud del fruto bendito de tu seno, de aquel que está sentado a la diestra de su Padre el Todopoderoso, digno de alabanza y de gloria por encima de todo y por todos los siglos. Amén.

San Anselmo de Canterbury
Oración 5 a Santa María, cuando el alma está oprimida por el torpor del pecado

lunes, 8 de febrero de 2010

Cristo, nuestro salvador



El Verbo de Dios, Hijo del mejor Padre, no abandonó la naturaleza humana corrompida. Con la oblación de su propio cuerpo, destruyó la muerte, castigo en que había incurrido el género humano. Trató de corregir su descuido y restauró todas las cosas humanas con su eficacia y poder.

San Atanasio de Alejandría
Sermón sobre la Encarnación del Verbo 10

domingo, 7 de febrero de 2010

Gloria a Cristo, el Señor.


Recuerda lo que tantas veces he dicho de que el Hijo está sentado a la derecha del Padre, como reclama el signo de la fe, que proclama: Y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. No escudriñemos curiosamente la característica propia de este trono porque no se puede comprender. Tampoco soportemos a los que dicen absurdamente que es a partir de la cruz y de la resurrección y vuelta al cielo cuando el Hijo comenzó a sentarse a la derecha del Padre. Que no obtuvo el trono porque se lo fuera ganando, sino que está sentado junto al Padre desde el momento en que existe (y es engendrado eternamente).

Éste es el trono que ve el profeta Isaías antes de aparecer en carne el Salvador, y dice: Vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y lo que sigue; porque al Padre nadie lo ha visto jamás, y el que entonces se mostró al profeta era el Hijo. También el Salmista dice: Tu trono está firme desde antiguo, tú eres desde siempre.

San Cirilo de Jerusalén
Catequesis 14, 27

sábado, 6 de febrero de 2010

Piensa el necio: No hay Dios



Piensa el necio: no hay Dios. Dios es uno y único y, aunque es invariable, nos ofrece múltiples sabores, para cada momento de nuestro espíritu. Quien le teme lo saborea como justicia y poder; quien le ama lo paladea como misericordia y bondad. Por eso dice en otro lugar este mismo Profeta: Dios habló una sola vez, y yo he oído dos cosas. Escuchar es lo mismo que saborear, porque ambas cosas se realizan por la única y simplicísima inteligencia. Así pues, Dios habló una sola vez, porque engendró una sola Palabra. Pero en esa única Palabra nosotros oímos o saboreamos dos cosas: que Dios tiene el poder y tú, Señor, la misericordia.

Por eso es verdaderamente necio quien es insensible al temor y al amor de Dios. Aprenda cuanto quiera, que yo jamás lo tendré por sabio mientras no tema ni ame a Dios. ¿Cómo voy a decir que ha llegado a la cima de la sabiduría, si no lo veo ni iniciado en ella? El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor, y su plenitud el amor. Y el centro lo ocupa la esperanza. En consecuencia, el hombre dice no hay Dios cuando no aprecia su justicia, guiado por el temor, ni su misericordia por el amor. No cree en Dios quien no lo acepta justo y bondadoso.

San Bernardo de Claraval
Sermón 73

lunes, 1 de febrero de 2010

La Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén


Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos transforme.

Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos, iluminados, salgamos a su encuentro y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz verdadera.

San Sofronio de Jerusalén
Sermón 3 sobre la Hypapanté