jueves, 22 de julio de 2010

En tu luz vemos la luz


La luz permite ver. La acción de ver no sólo sirve para ubicarnos en el espacio, y para comprender cuanto nos rodea. También nos permite admirar la belleza que nos circunda y gozar con la presencia que se sugiere a través del símbolo.

Jesús es la luz del mundo que ilumina nuestras tinieblas. No sólo nos permite comprender las claves intrínsecas de nuestra existencia como hijos de Dios, llamados a gozar eternamente en su presencia; sino que también nos permite admirar su inexpresable belleza, y gozar en su gloriosa presencia.

La luz de Cristo resucitado es nuestra luz, y en su luz, que es el Espíritu, vemos la luz del Padre, luz gloriosa y fuente de paz, luz llena de vida y de amor.

Un monje

martes, 20 de julio de 2010

Cristo, Supremo Señor de todo


Pasaste, Señor, por el mundo haciendo el bien. Iluminaste nuestra tiniebla con la luz de tu palabra. Tu sublime forma de vivir arrebató a los apóstoles, y todavía hoy nos sigue diciendo cómo podremos ser felices, lejos del tiránico dominio del afán de poder y de los deseos.

Pero todo ello, Señor, fue poco. No sólo nos enseñaste a vivir, sino que destruiste el poder de la muerte con la que te rechazamos con la fuerza del amor de Dios. El Espíritu Santo, señor y dador de vida, nos fue entonces enviado desde tu boca, cuando soplaste sobre los admirados apóstoles que no acababan de creer que estabas vivo. Tu resurrección es ya nuestra vida, y tu luz es la única fuerza digna de merecer confianza.

A ti sea la alabanza, Señor Jesucristo, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; junto al Padre y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Un monje


martes, 18 de mayo de 2010

El Espíritu Santo, fuente de santidad.


¿Quién, habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de verdad que procede del Padre; Espíritu firme, Espíritu generoso, Espíritu Santo son sus apelativos propios y peculiares.

Hacía él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los ayuda en la consecución de su fin propio y natural.

Él es la fuente de santidad, luz para la inteligencia; él da a todo ser racional como una luz para entender la verdad.

San Basilio Magno
Libro sobre el Espíritu Santo 9, 22

lunes, 17 de mayo de 2010

En la Ascensión del Señor, ante el Pantocrator de Carrión




Ya no estás, Señor, con nosotros. Desde el día en que sacaste a tus discípulos a Betania y, después de bendecirlos, fuiste llevado al cielo, ya no hemos podido verte más sobre la tierra. Desde entonces, la fe ha sustituido a la visión, y el misterio a la presencia. Te tenemos en la Escritura, te tenemos en los Sacramentos, pero es tu Espíritu Santo quien  nos acompaña por el camino de este mundo, no tu vara y tu cayado de buen pastor.

Señor Jesús, rey de eterna gloria y majestad, no nos dejes desamparados. Sabemos que no somos dignos de ti. Pero, Señor, no permitas nos hundamos en los afanes de este mundo, sino permítenos elevarnos contigo hasta la presencia de Dios, nuestro Padre.

Que tu Espíritu Santo nos guarde en la unidad, con el vínculo del amor, y que venzamos las asechanzas del pecado, que nos arrastra por el suelo y no nos permite elevarnos contigo a lo alto.

Un monje


viernes, 23 de abril de 2010

El crucificado ha resucitado




Subió al árbol santo de la Cruz,
destruyó el poder del abismo y,
revestido de poder,
resucitó al tercer día.
Aleluya.

Antífona del Magníficat
Vísperas del Viernes III de Pascua

Antes de Pascua, contemplábamos el Misterio de la Cruz con dolor, viendo sufrir al Señor. Él obedeció a Dios Padre Todopoderoso, y cargó con las iniquidades de los hombres. Sin abrir la boca, como manso cordero, fue llevado al matadero. Sus cicatrices nos curaron.

Pero, en Pascua, la contemplación del Misterio de Cruz está lleno de agradecimiento, de luz y de paz. Aunque los hombres vieran morir al crucificado, quien también moría en la Cruz era el poder de la muerte. Sucumbió ante el amor que manó del costado abierto de Cristo. La sangre y el agua mataron el poder del abismo, y nos fueron dados como prendas de nuestra propia resurrección.

El poder del abismo fue destruido por el Resucitado. Por eso, el tiempo de Pascua es tiempo de esperanza, tiempo de alabanza, tiempo de amor.

Señor, danos la alegría espiritual para perseverar en tu alabanza, a pesar de que todavía no haya triunfado en nosotros el poder de tu luz. Que amanezcamos en ti a la Luz de la Pascua. Amén.

Un monje

domingo, 18 de abril de 2010

Adoración al Señor resucitado


Señor, Dios mío, que en la tarde del Jueves Santo hiciste de tu Última Cena en este mundo el momento cumbre de tu vida, entregándola por todos nosotros: Permíteme, por unos instantes, adorarte, bendecirte, y darte gracias.

Quisiera, Señor, que toda mi existencia fuera un canto de alabanza a tu amor. Sé que soy indigno de ti, Señor. Pero me conmueve tu compasión para con Pedro, al que por tres veces preguntaste si te quería, y con tres confesiones lavó la mancha de las tres negaciones.

Señor, yo te he negado muchas más veces. Y, sin embargo, te veo resucitado junto a mí, pecador. Te veo junto a todos cuantos caminamos por este mundo, tantas veces sin rumbo fijo.

Es más, te has hecho nuestro pan para el camino por este mundo. Y este pan que nos alimenta es la unión con tu persona.

Señor, danos fuerza para nunca desfallecer, aun cuando la carga de nuestros pecados nos agobie, y la vergüenza de enfrentarnos contigo, como le sucedió a Pedro, cubra de rubor nuestra cara, y desarme nuestra arrogante lógica.

¡Quédate con nosotros, Señor, porque atardece! Acoge nuestra alabanza, que con amor te ofrecemos de todo corazón.

Un monje

sábado, 10 de abril de 2010

La Resurrección, de Dieric Bouts


Cristo ha resucitado. Desde aquel día de Pascua, en el que unos quedaron tendidos por el suelo sin que sus armas sirvieran para nada, y otros quedaron estupefactos ante la evidencia del poder del Espíritu Santo, nada en la historia de los hombres puede permanecer igual.

La Resurrección es motivo de alegría, pero también es una exigencia. La alegría de Pedro y Juan duró poco; a los pocos días, les habían molido las espaldas, y  lo que había sido seguir plácidamente a su Maestro, se convirtió en anunciar su nombre contra viento y marea.

Desde aquel día de Pascua, la Iglesia no ha dejado de caminar, a impulsos del Espíritu Santo. El destino ya no es de este mundo: es la Tierra Prometida a la que, como nuevo Israel, hemos sido invitados.

Por eso, nuestra oración es en este tiempo una prolongada alabanza, un aleluya al que sobran las palabras, pero no le falta ni alegría ni agradecimiento.

Este tiempo de Pascua es tiempo de adoración. La abandonada, la zarandeada, la afligida, se ve ahora llena de gloria y esplendor. La ciudad de Dios con los hombres, la nueva Jerusalén, ha sido reconstruida, con muros cuajados de piedras preciosas, con ríos llenos de vida y de paz.

Ha vencido el león de la tribu de Judá. Gloria a Cristo, nuestro Señor, vencedor del poder del pecado y de la muerte. A él sea la alabanza, ahora y por siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

viernes, 2 de abril de 2010

¡Cuánto amor!


¡Cómo desbordan amor
tu cabeza caída,
tus manos extendidas,
tu pecho abierto en la Cruz, oh Cristo!
Hijo de Dios,
que viniste a rescatar a los descarriados,
a los ya rescatados no los condenes.
¡Escucha el clamor de los que te llaman
desde este valle de lágrimas,
buen Jesús!
No tengas en cuenta
la enormidad de los pecados;
a tu corazón herido te lo pedimos,
Dios de clemencia.

Liturgia del Viernes Santo

Contemplación ante el capitel de la Última Cena de San Juan de la Peña

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias
siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro,
verdadero y único sacerdote.

El cual, al instituir el sacrificio de la eterna alianza,
se ofreció a sí mismo como víctima de salvación,
y nos mandó perpetuar esta ofrenda
en conmemoración suya.

Su carne, inmolada por nosotros,
es alimento que nos fortalece;
su sangre, derramada por nosotros,
es bebida que nos purifica.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria.

Prefacio de la Eucaristía de la Cena del Señor
Fotografía: F. Javier Ocaña Eiroa

domingo, 28 de marzo de 2010

Domingo de Ramos


Señor, hoy entras en Jerusalén. Montado a lomos de un asno, aclamado con palmas como Mesías, llegas a la Ciudad Santa, al lugar en el que se halla el Templo, donde los hombres se encuentran con Dios. Ese Templo ya no es un edificio: eres tú, que destruido en la Cruz, resurgiste a la vida nueva en la Resurrección.

Señor, hoy, con ramos en las manos, salimos también a tu encuentro, para aclamarte como nuestro Dios y Salvador. Nada de este mundo podría compararse contigo. Junto a ti lo tenemos todo, y si tú nos faltases, de nada le valdría al sol amanecer cada día, o la lluvia regar los campos, o a los colores vestir de hermosura las cosas.

Sabes, Señor, que nada hay en nosotros digno de cuanto tú has hecho por nosotros. Viniste a nosotros desnudo, despojado de tu gloria; pasaste como uno de tantos; trabajaste con tus manos y viviste humildemente junto a María y a José. Llegada la hora, pasaste por nuestro mundo haciendo el bien: curando a los enfermos, salvando a los perdidos, perdonando a los pecadores, resucitando a los muertos. De parte de Dios, tu Padre, nos ofreciste el ser tus hermanos y, así, participar de tu propia relación con el Padre en la condición de hijos. Pero, nosotros, cuántas veces te hemos rechazado, te hemos escupido, te hemos ultrajado, y te hemos crucificado...

Señor, no dejes de venir a nosotros. En el pórtico de esta nueva Semana Santa, prepáranos para recibir el don de la vida, participando del misterio de la Pascua. Que esta Procesión con los Ramos nos ayude a comprender que nuestra vida es un camino, junto a ti, hacia Dios, nuestro Padre. Que la Cruz que tú padeciste por cada uno de nosotros sea nuestra propia fuerza, y que en ti encontremos fuerza para cargar con nuestras propias cruces.

Señor, danos fuerza para rechazar el pecado que nos aparta de ti. Ilumínamos, para que así podamos llegar a contemplarte glorioso, en la Jerusalén celestial que es nuestra madre.

Un monje

sábado, 27 de marzo de 2010

Oración ante el Cristo de Santa Otilia


No solo no debemos avergonzarnos de la muerte de nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras fuerzas y gloriarnos en ella por encima de todo: pues al tomar de nosotros la muerte que en nosotros encontró, nos prometió, con toda su fidelidad, que nos daría en sí mismo la vida que nosotros no podemos llegar a poseer por nosotros mismos. Y si aquel que no tiene pecado nos amó hasta tal punto que por nosotros, pecadores, sufrió lo que habían merecido nuestros pecados, ¿cómo, después de habernos justificado, dejará de darnos lo que es justo? Él, que promete con verdad, ¿cómo no va a darnos los premios de los santos, si soportó, sin cometer iniquidad, el castigo que los inicuos le infligieron?

San Agustín de Hipona
Sermón Güelferbitano 3

viernes, 26 de marzo de 2010

Oración ante el Cristo de Fernando y Sancha


Dios, que es inmortal, no vino a salvarse a sí mismo, sino a liberarnos a nosotros, que estábamos muertos; ni padeció por sí mismo, sino por nosotros. Hasta tal punto que si asumió nuestra miseria y nuestra pobreza, fue con el fin de enriquecernos con su riqueza. Pues su pasión es nuestro gozo; su sepultura, nuestra resurrección; y su bautismo, nuestra santificación.

San Atanasio de Alejandría
Sermón sobre la Encarnación del Verbo 2-5
Fotografía: F. Javier Ocaña Eiroa

jueves, 25 de marzo de 2010

Oración ante el Cristo de Torres del Río


Tú, Señor mío, has trocado mi sentencia en salvación:
como un buen pastor, acudiste corriendo
tras quien se había extraviado;
como un verdadero padre,
no te ahorraste molestia alguna por mí, que había caído.
Tú me rodeaste de todas las medicinas que llevan a la vida:
por mí, enfermo, enviaste a los profetas.

Señor, ten piedad


Tú, que eres eterno, viniste a la tierra con nosotros,
descendiste al seno de la Virgen....
Me has mostrado la fuerza de tu poder:
diste vista a los ciegos,
resucitaste a los muertos de los sepulcros,
y con tu palabra diste vida nueva a la naturaleza.
Me has revelado la economía salvadora de tu clemencia:
por mí toleraste la brutalidad de los enemigos,
ofreciste la espalda a los que te azotaban.

Señor, ten piedad


Anáfora de San Gregorio
Liturgia Copta
Fotografía: F. Javier Ocaña Eiroa

viernes, 12 de marzo de 2010

Oración de san Clemente de Roma ante la Déesis de la Coronería de Burgos


Tú, Señor, fundaste la tierra;
tú, que eres fiel en todas las generaciones,
justo en tus juicios,
admirable en tu fuerza y magnificencia,
sabio en la creación,
y providente en sustentar lo creado,
bueno en tus dones visibles
y benigno para los que en ti confían.
Misericordioso y compasivo,
perdona nuestras iniquidades,
pecados faltas y negligencias.
No tengas en cuenta todo pecado de tus siervos
sino purifícanos con la purificación de la verdad
y endereza nuestros pasos en santidad de corazón,
par caminar y hacer lo acepto y agradable
delante de ti.
Sí, oh Señor, muestra tu faz sobre nosotros
para el bien en la paz,
para ser protegidos por tu poderosa mano,
y líbrenos de todo pecado tu brazo excelso,
y de cuantos nos aborrecen sin motivo.
Danos concordia y paz a nosotros
y a todos los que habitan sobre la tierra,
como se la diste a nuestros padres
que te invocaron santamente en fe y verdad.

martes, 9 de marzo de 2010

¿Cuántas veces tengo que perdonar?


El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la Perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"

Ayúdame, Señor, a perdonar,
para recibir, también yo, tu perdón.

Dame fuerza, Señor, para amar a mis adversarios,
para vivir, también yo, en tu amor.

Fortalece, Señor, mi corazón en la misericordia,
para que mi miseria encuentre también tu compasión.

Purifícame, Señor, de todo egoísmo,
de todo orgullo,
de toda ambición,
de toda sensualidad,
de toda envidia,
de toda maldad:
para que mis ojos sean capaces de verte.

Un monje

lunes, 8 de marzo de 2010

No bajes de la Cruz


Esta cruz, no es cruz de solos cuarenta días, sino de toda la vida. Por eso, Moisés, Elías y el mismo Señor ayunaron cuarenta días, para insinuarnos en Moisés, en Elías y en el mismo Señor, esto es, en la ley, en los profetas y en el mismo evangelio, que se nos iba a tratar de igual modo, para que no nos ajustemos ni nos apeguemos a este mundo, sino que crucifiquemos al hombre viejo.

Vive siempre así, oh cristiano: si no quieres que tus pies se hundan en el fango, no bajes de la cruz. Y si esto hemos de hacerlo durante toda la vida, ¿cuánto más durante estos días de Cuaresma, en los cuales no sólo se vive, sino que además, está simbolizada la presente vida?

San Agustín de Hipona
Sermón 205

domingo, 7 de marzo de 2010

San Benito y la Cuaresma

Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, no obstante, ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de Cuaresma todos juntos lleven una vida íntegra en toda pureza, y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año.


Juan Casiano (365-435) fue un monje y sacerdote, oriundo de la actual Rumanía, que visitó la floreciente vida monástica del Egipto cristiano al comienzo del siglo V. De allí, marchó a la Galia, fundando en Marsella el Monasterio de San Víctor. En sus dos obras, las Colaciones y las Instituciones, dejó constancia de la tradición monástica que había recibido en Egipto, siendo de importancia trascendental para el desarrollo del monacato en Europa.

Juan Casiano considera que la Cuaresma es algo que atañe solo a los laicos, pues estima que es propio de los monjes vivir en perpetua tensión espiritual. Sin embargo, san Benito, cien años después, consciente de que los monjes también son débiles y pecadores, instituye la Cuaresma como un tiempo de especial esfuerzo espiritual, durante el cual, los monjes deben tratar de vivir más intensamente su consagración cristiana y monástica.

San Benito no especifica taxativamente cómo debemos vivir la Cuaresma; sugiere más oración, menos esparcimiento, y más concentración en el gran misterio de la Pascua, que está a punto de llegar.

En la imagen, tomada en el que fuera célebre Monasterio de San Pedro de los Montes, vemos a San Benito orando ante el Señor crucificado. Que, por su intercesión, este camino cuaresmal nos conduzca por la Cruz hasta la Luz de la Pascua.

Muy santa cuaresma

jueves, 11 de febrero de 2010

Oración de un monje pecador a Santa María


¡Oh María, tiernamente poderosa, poderosamente tierna, de la que ha salido la fuente de las misericordias! No detengas, te suplico, esa misericordia tan verdadera allí donde reconoces tan verdadera miseria. Porque si yo, por mi parte, me siento confundido por la torpeza de mis iniquidades frente a tu santidad deslumbradora, tú, por lo menos, ¡oh Señora mía! no tienes que avergonzarte de tus sentimientos misericordiosos, tan naturales con un desgraciado.

Si yo confieso mi iniquidad, ¿me rehusarás tu benevolencia? Si mi miseria es mayor de lo que debía ser, ¿tu misericordia será menos de lo que conviene?

¡Oh, Señora mía!, tanto más indignas son mis faltas ante la presencia de Dios y la tuya, tanto más tienen necesidad de ser curadas gracias a tu intervención.

Cura, pues, ¡oh muy clemente!, mi debilidad, borra esta fealdad que os ofende; quítame, ¡oh muy benigna! esta enfermedad, y no sentirás esa infección que tanto te repugna; haz, ¡oh muy dulce! que no tenga más remordimientos y no habrá nada que pueda desagradar a tu pureza. Hazlo así, ¡oh Señora mía! escúchame.

Cura el alma del pecador, tu servidor, por la virtud del fruto bendito de tu seno, de aquel que está sentado a la diestra de su Padre el Todopoderoso, digno de alabanza y de gloria por encima de todo y por todos los siglos. Amén.

San Anselmo de Canterbury
Oración 5 a Santa María, cuando el alma está oprimida por el torpor del pecado

lunes, 8 de febrero de 2010

Cristo, nuestro salvador



El Verbo de Dios, Hijo del mejor Padre, no abandonó la naturaleza humana corrompida. Con la oblación de su propio cuerpo, destruyó la muerte, castigo en que había incurrido el género humano. Trató de corregir su descuido y restauró todas las cosas humanas con su eficacia y poder.

San Atanasio de Alejandría
Sermón sobre la Encarnación del Verbo 10

domingo, 7 de febrero de 2010

Gloria a Cristo, el Señor.


Recuerda lo que tantas veces he dicho de que el Hijo está sentado a la derecha del Padre, como reclama el signo de la fe, que proclama: Y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre. No escudriñemos curiosamente la característica propia de este trono porque no se puede comprender. Tampoco soportemos a los que dicen absurdamente que es a partir de la cruz y de la resurrección y vuelta al cielo cuando el Hijo comenzó a sentarse a la derecha del Padre. Que no obtuvo el trono porque se lo fuera ganando, sino que está sentado junto al Padre desde el momento en que existe (y es engendrado eternamente).

Éste es el trono que ve el profeta Isaías antes de aparecer en carne el Salvador, y dice: Vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y lo que sigue; porque al Padre nadie lo ha visto jamás, y el que entonces se mostró al profeta era el Hijo. También el Salmista dice: Tu trono está firme desde antiguo, tú eres desde siempre.

San Cirilo de Jerusalén
Catequesis 14, 27

sábado, 6 de febrero de 2010

Piensa el necio: No hay Dios



Piensa el necio: no hay Dios. Dios es uno y único y, aunque es invariable, nos ofrece múltiples sabores, para cada momento de nuestro espíritu. Quien le teme lo saborea como justicia y poder; quien le ama lo paladea como misericordia y bondad. Por eso dice en otro lugar este mismo Profeta: Dios habló una sola vez, y yo he oído dos cosas. Escuchar es lo mismo que saborear, porque ambas cosas se realizan por la única y simplicísima inteligencia. Así pues, Dios habló una sola vez, porque engendró una sola Palabra. Pero en esa única Palabra nosotros oímos o saboreamos dos cosas: que Dios tiene el poder y tú, Señor, la misericordia.

Por eso es verdaderamente necio quien es insensible al temor y al amor de Dios. Aprenda cuanto quiera, que yo jamás lo tendré por sabio mientras no tema ni ame a Dios. ¿Cómo voy a decir que ha llegado a la cima de la sabiduría, si no lo veo ni iniciado en ella? El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor, y su plenitud el amor. Y el centro lo ocupa la esperanza. En consecuencia, el hombre dice no hay Dios cuando no aprecia su justicia, guiado por el temor, ni su misericordia por el amor. No cree en Dios quien no lo acepta justo y bondadoso.

San Bernardo de Claraval
Sermón 73

lunes, 1 de febrero de 2010

La Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén


Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos transforme.

Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos, iluminados, salgamos a su encuentro y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz verdadera.

San Sofronio de Jerusalén
Sermón 3 sobre la Hypapanté

sábado, 30 de enero de 2010

La medida de amarte es amarte sin medida

¡Oh, Señor Jesús, qué gran suavidad en el amarte, cuánta tranquilidad en la suavidad, y cuánta seguridad en la tranquilidad! No yerra la elección del que te ama, pues nada hay mejor que tú; ni la esperanza falla, pues nada se ama con mayor provecho. No hay miedo a excederse en la medida, pues la medida de amarte es amarte sin medida. No cabe el temor a la muerte destructora de la amistad mundana, pues la vida no muere. En amarte no hay lugar a la ofensa, que no existe si no se desea más que el amor. No se insinúa suspicacia alguna, pues juzgas según el testimonio de tu propia conciencia. Aquí mora la suavidad, pues se excluye el temor. Aquí reina la tranquilidad, pues se mantiene a raya la ira. Aquí se goza de seguridad, pues se desprecia el mundo.

Beato Elredo de Rieval
Sermón sobre el amor de Dios

viernes, 29 de enero de 2010

El arrepentimiento



Salmo de David, después de su pecado con Betsabé

Miserere mei Deus,
secundum magnam misericordiam tuam.
Et secundum multitudinem miserationum tuarum
dele iniquitatem meam.
amplius lava me ab iniquitate mea,
et a peccato meo munda me.

Misericordia, Dios mío,
por tu inmensa compasión:
borra mi culpa,
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.




Cometiste el pecado, no le defiendas; acércate a confesarle, no a defenderle. ¿Te presentas como defensor de tu pecado?, serás vencido, pues no presentaste un abogado inocente; será perjudicial tu defensa. ¿Quién eres tú para defenderte? Solo eres idóneo para acusarte. No digas: no hice nada o qué crimen grave he cometido; o también: Otros lo hicieron.

Si, cometiendo el pecado, dices que no has hecho nada, nada serás y nada recibirás. Dios está dispuesto a concederte el perdón; tú te cierras la puerta. Él estás dispuesto a concedértele, no pongas el obstáculo de la defensa, abre el regazo de la confesión.

San Agustín de Hipona
Enarración sobre el Salmo 50, 13

jueves, 28 de enero de 2010

Santo Tomás de Aquino



¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.

La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

Si buscas un ejemplo de amor, nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.


Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno -es decir, de Adán- todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.


Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.

No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y los azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habrían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.


Santo Tomás de Aquino
Conferencia 6 sobre el Credo

martes, 26 de enero de 2010

Los santos Abades Cistercienses


Hoy, los benedictinos nos unimos a nuestros hermanos cistercienses en el recuerdo de sus santos fundadores, tres monjes que vivieron hace unos novecientos años: Roberto de Molesmes (1098-1099); Alberico (1099-1109); y Esteban Harding (1109-1133).
Roberto, abad de Molesmes (diócesis de Langres, Francia), abandonó su monasterio acompañado de unos veinte monjes para fundar en la diócesis de Chalon el monasterio de Citeaux. En el Nuevo Monasterio se resaltó la separación del mundo, la pobreza, el trabajo manual y la austeridad de vida. Finalmente, la obediencia le condujo de nuevo al monasterio de Molesmes, del que había salido.
Dejó al frente de Citeaux a Alberico: era un hombre letrado, versado tanto en las ciencias divinas como en las humanas, amante de la Regla y de los hermanos. Fue el hombre cuyo espíritu fuerte salvó la joven fundación, de la que marcharon con Roberto la mayor parte de los fundadores.
Le sucedió el inglés Esteban Harding. De él cuenta la tradición cisterciense que era un varón de santidad excelsa, adornado con la gracia de todas las virtudes; hombre discreto, sabio y pacífico. Afluyeron las vocaciones, y se fundaron nuevas comunidades, ligadas al mismo espíritu de simplicidad y austeridad. De esta época procede el documento espiritual más importante del inicio del monacato cisterciense: la Carta de la Caridad.

lunes, 25 de enero de 2010

La Conversión de san Pablo


Me he aparecido a ti, precisamente,
para elegirte como servidor,
como testigo de que me has visto ahora
y de lo que te revele en adelante.
Te salvaré de tu pueblo y de los gentiles,
a quienes te envío para que les abras los ojos,
y se vuelvan de las tinieblas a la luz
y del dominio de Satánas a Dios;
para que, creyendo en mí,
obtengan el perdón de los pecados
y parte en la herencia de los consagrados.

Hechos de los Apóstoles 26, 16-18

No se equivocará quien designe el alma de Pablo como un prado de virtudes y un paraíso espiritual, pues ha florecido en gracia y ha manifestado la conducta espiritual propia de tal gracia. En verdad, el don del Espíritu lo invadió desde que comenzó a ser instrumento elegido, y fue purificado plenamente. Por eso, en nosotros, ha hecho brotar estos ríos maravillosos; no como las fuentes del paraíso, que eran sólo cuatro, sino mucho más numerosas y que fluyen todos los días: no es la tierra la que riegan, sino las almas de los hombres, estimulándolos a dar frutos de virtud.

San Juan Crisóstomo
Discurso 1 en Elogio al Apóstol San Pablo.

domingo, 24 de enero de 2010

Siete peticiones

Concédeme el espíritu de adoración, para que te reconozca en tu luz admirable como mi Dios y Señor.
Concédeme un amor tan abrasador como el fuego a mediodía, para que me una a ti por siempre sin reserva alguna.
Concédeme el espíritu de contemplación, para admirar la luz de tu gloria, emanada de tu divina persona.
Concédeme el silencio del corazón, para que todas mis potencias se centren en ti, y me olvide del torbellino de mis pensamientos y deseos.
Concédeme la pureza del corazón, para que nada sucio manche el templo en el que tu Espíritu viene a habitar.
Concédeme las lágrimas, para deplorar el pecado que me aparta de ti, y que desluce la imagen que imprimiste en mí al crearme.
Concédeme humildad, para que realmente camine hacia la sagrada montaña sobre la que manifestaste tu gloria.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.

Un monje

miércoles, 20 de enero de 2010

Oración por los difuntos del terremoto de Haití


Oh Dios, que resucitaste a tu Hijo para que,
venciendo la muerte,
entrara en tu reino,
concede a tus hijos difuntos que,
superada su condición mortal,
puedan contemplarte para siempre
como su Creador y Salvador.

domingo, 17 de enero de 2010

San Antonio, el primer monje

Entonces, muchos comenzaron a ir junto a Antonio, y otros, enfermos, se atrevieron a acudir. A todos los monjes que iban a visitarlo, les daba continuamente estos consejos:
Creer en el Señor, amarlo, guardarse de todo pensamiento impuro y de los placeres de la carne, y como está escrito en los Proverbios: No os dejéis seducir por la saciedad del vientre. Huir de la vanagloria y orar continuamente, recitar salmos antes y después de dormir, meditar los preceptos de las Escrituras y recordar las obras de los santos, para que el alma se conforme a su celo, recordando los mandamientos.
Les aconsejaba meditar continuamente la palabra del Apóstol: Que el sol no se ponga sobre vuestra ira. "Tened presente que estas palabras deben referirse a cualquier otro mandamiento, de manera que el sol no se oculte no sólo sobre la ira, sino sobre ningún otro pecado nuestro. Es bueno y necesario que el sol no nos condene por una mala acción cometida durante el día, ni la luna por nuestro pecado nocturno, ni por un simple pensamiento. Para obtener esto, es bueno escuchar al Apóstol y guardar sus palabras, pues ha dicho: Examinaos a vosotros mismos, probaos a vosotros mismos...."

San Atanasio de Alejandría
Vida de San Antonio

viernes, 15 de enero de 2010

Las Bodas de Caná


¿De dónde te viene todo esto, alma humana, de dónde te viene? ¿De dónde esa gloria tan inestimable como para merecer ser esposa de aquél al que los ángeles se asoman deseosos de verlo? ¿De dónde te viene todo esto, que él mismo sea tu esposo, cuya hermosura, deslumbra al sol y a la luna, y a cuya voluntad todo el universo se transforma? ¿Cómo pagarás al Señor todo el bien que te ha hecho, que seas su comensal, asociado a su reino, copartícipe de la alcoba, y que te lleve el Rey a su cuarto? Fíjate qué es lo que ya sientes de tu Dios, mira qué orgullosa estás de él; advierto cómo debes abrir los brazos de tu amor para corresponder al suyo y abrazar a quien tanto te ha apreciado; más aún, a quien te ha hecho tan grande.
Te ha formado de su propio costado en el momento en que descansó en la cruz y se entregó al sueño de la muerte. Por ti salió de Dios Padre, abandonó a su madre la Sinagoga y quiso que te juntaras con él para llegar a ser un solo espíritu con él. Tú, hija, escucha y mira; considera la enorme generosidad de tu Dios para contigo; olvida tu pueblo y la casa paterna. Despréndete de los afectos carnales; renuncia a tus hábitos mundanos; abstente de los vicios de antaño; olvídate de las costumbres perversas.

San Bernardo de Claraval
Sermón 2 en el Domingo I después de la octava de Epifanía, 3

jueves, 7 de enero de 2010

La Luz de Dios nos ha iluminado


La Luz de luz nos ha iluminado y ha consagrado este día, porque estaba oculta y se ha dignado revelarse al mundo para iluminar a todas las naciones. Pues en este día se reveló a los Caldeos por la señal de una nueva estrella, consagrando en sus orígenes la fe de las naciones. Hoy se ha revelado a los Judíos, no sólo por el testimonio de Juan, sino también por el del Padre y del Espíritu Santo, cuando al ser bautizado en el Jordán santificó el bautismo de todos. Hoy manifestó su gloria ante los discípulos, cuando al cambiar el agua en vino prefiguró aquel misterio inefable en el que por su palabra se cambia la sustancia de las cosas. Previendo el Espíritu todas estas apariciones de Dios para iluminar la fe de la Iglesia, se dirige a ella en la figura y en nombre de Jerusalén, diciendo: Levántate, resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz.

Guerrico de Igny
Sermón 2 en la Epifanía

lunes, 4 de enero de 2010

Epifanía


Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy, la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy, el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy, Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos. Aleluya.