viernes, 28 de agosto de 2009

Cristo es nuestra Paz


San Gregorio de Nisa, en su Tratado sobre el Perfecto Modelo del Cristiano, escribió:
La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por eso, cuando cesa en nosotros esa guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y así demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.
Por eso, san Benito nos manda a los monjes combatir bajo las banderas de Cristo, verdadero rey y Señor, no contra un enemigo externo sino, dentro de nosotros mismos, contra cuantas insidias despierta el antiguo enemigo, valiéndose de la debilidad de nuestra carne, de la codicia de nuestros ojos, o del orgullo del propio yo.
Si el modelo del cristiano perfecto, según san Gregorio, es quien ha alcanzado la perfecta paz, también el modelo del verdadero monje es el de quien, transfigurado por el Espíritu Santo, ha serenado su espíritu en la contemplación del Altísimo.
Señor, ¡quién me diera alas de paloma, para volar y posarme! Emigraría lejos, habitaría en el desierto!

Un monje

jueves, 27 de agosto de 2009

Oracion del Cristo sufriente


Tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí. Da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava.
(Salmo 85)
Señor, en la hora de soledad, en la agonía de Getsemaní, sé clemente con tu siervo, no lleves cuenta de la maldad humana, sino acuérdate solo de tu piedad. Unos soberbios se han levantado contra mí, y atentan contra mi vida. Por eso, Señor, en la hora del silencio, en la hora de la soledad, da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava. Me esperan la Cruz, los clavos, la larga agonía, los latigazos, la corona de espinas, los golpes y las bofetadas; los insultos, el abandono de los míos, la persecución de aquellos a los que curé, el desprecio de los que consolé y la injusticia de quienes debieran haber sido justos.
Pero sólo tú, Señor, eres rico en piedad y leal. Desde la debilidad de mi soledad, desde mi silencio sufriente, Señor, salva al hijo de tu esclava, concede la fortaleza de tu Espíritu a tu siervo. Redime en mí, oh Todopoderoso, a cuantos no pueden encontrar redención. Purifica en mi sangre a cuantos se han apartado de ti. Rescata en mi muerte a cuantos pierden su vida.
Tú, el Dios leal, salvarás en mi resurrección a cuantos en ti esperan; siendo clemente y misericordioso con tu siervo, lo serás con todos los discípulos que por mi nombre se atrevan a esperar en ti.
Mi silencio dolorido hablará a cuantos, desde su silencio, clamen a ti desde el fondo de sus corazones. Mi soledad, por ti amparada, será paraíso para cuantos me sigan. Mi oración, por ti escuchada, será fuerza para quienes en mi Espíritu sean iluminados.

Un monje

miércoles, 12 de agosto de 2009

La felcidad especulativa: visión cara a cara

No ha vuelto a surgir en Israel un profeta semejante a Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara
Deuternomio 34, 10.


Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido.

1 Corintios 13, 12


Allí no habrá trabajo en la acción, sino que solamente permanecerá el fruto eterno de las acciones pasadas. La felicidad especulativa que aquí se inicia, allí se perfecciona, cuando se contemple la presencia de los ciudadanos celestes y del propio Señor, no por un espejo o en enigmas, como ahora, sino cara a cara.
Beda el Venerable
Homilía VIII. Natividad de San Juan Bautista
PL. 94, 48

martes, 11 de agosto de 2009

Por mis manos, Señor, que cometieron lo indebido,
taladraron las tuyas con clavos;
tus pies, por mis pies;
tus ojos, por mis ilícitas miradas;
por mis oídos durmieron los tuyos el sueño de la muerte.
La lanza del soldado abrió tu costado
para que tus heridas pudieran expeler a cada momento
de mi corazón impuro
todo lo calcinado por el fuego,
todo lo asolado a causa de mi prolongada suciedad.
Finalmente moriste para que yo viviera;
fuiste sepultado para que yo resucitara.

Guillermo de San Teodorico, siglo XII
Oración Meditativa 8ª. 5

miércoles, 5 de agosto de 2009

Pedro el Venerable: Semón en la Transfiguración del Señor I


Hoy, queridos hermanos, brilla para nosotros un día más sereno de lo acostumbrado, porque la luz celestial se ha derramado sobre la tierra, porque la verdadera luz ha iluminado las tinieblas de los mortales, porque hasta corporalmente se ha mostrado visible el divino resplandor en el mundo humano. Hoy, el sol eterno, quitando un poco la caliginosa debilidad de la carne, a través de un cuerpo todavía mortal ha brillado en un nuevo y estupendo milagro, resplandeciendo admirablemente. Hoy, el Verbo hecho Carne, ha mostrado en la luminosidad del rostro y de los vestidos, la divinización de su carne a él unida. Hoy hemos visto su gloria, gloria como del Hijo único del Padre, en la voz venida a él desde lo alto de la gloria. Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco: escuchadle. He aquí la gloria del Unigénito del Padre, cuando el Padre reconoció a su Unigénito, cuando lo reveló a los ignorantes, cuando demostró que era su Hijo a través de sus obras divinas, cuando hoy singularmente lo clarificó, cuando lo distinguió de los adoptivos como hijo suyo propio, al decir, proclamando desde el cielo: Éste es mi Hijo querido. Tengo otros muchos por la gracia, pero este es mi Hijo por naturaleza. Los otros lo son en el tiempo, éste antes del tiempo. A los otros los he creado, a éste lo he engendrado. Y de tal manera lo he engendrado, que es mi unigénito. Y unigénito, porque lo he engendrado de mi substancia solo a él, y no a otros. Juan vio esta gloria, como de Unigénito del Padre, cuando conoció a Dios de Dios, cuando lo contempló transformado en la gloria, y cuando escuchó al Padre instruyendo a los hombres acerca del Hijo. Por eso dijo: Hemos visto su gloria, gloria como del Unigénito del Padre. Lo vio el, y lo vieron también otros. Lo escucho él, y lo escucharon también otros. Pues también Pedro dijo: Esa voz la escuchamos cuando estábamos con él en el monte santo. Otro que lo vio y lo escuchó lo atestiguan los santos evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, al afirmar: Tomó, dicen, Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, y se los llevó consigo a un monte elevado, y se transfiguró ante ellos. Se añade como tercer testigo de tal visión a Santiago, pues según la sentencia del Señor: Toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos. Tales palabras, tal visión, tan excelso asunto, convenía que fuera confirmado con el testimonio de los tres apóstoles más importantes. Así pues, el Salvador se llevó a tres discípulos, para que la divinidad de la Trinidad que se manifestaba, fuera significada en el número ternario de los discípulos.. Apareció, pues, el Padre en la voz, el Hijo en la carne glorificada, y el Espíritu Santo en la nube brillante.. He aquí que una nube brillante los cubrió. En verdad, la nube es el Espíritu Santo. Nube, pues enfría a las almas a las que cubre de los ardores de la voluptuosidad carnal, porque las fecunda con su lluvia celeste a las que encuentra áridas. Nube brillante, porque ilumina con su fulgor las oscuras tinieblas.. También la nube cubrió a la Virgen, cuando dice: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá. Mirad, hermanos, la gloria de esta solemnidad, mirad la obra de la Trinidad, mirad el misterio de la Resurrección. Y, ¿por qué dije de la resurrección? Habla el Padre, brilla el Hijo, cubre el Espíritu Santo. Los apóstoles ven esto, pero no sino después de ocho días. Así dice el evangelista Lucas: Después de estas palabras, pasados ochos días, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan. Sabéis, los que os habéis dedicado al estudio de la Escritura, que el número seis designa las pasiones de los malvados, el número siete el descanso de las almas, y el octavo la resurrección de la carne. Pues el sexto día, el hombre creado nació para trabajar, y Cristo padeció los insultos, los azotes, la cruz y la muerte; el séptimo día Dios mandó descansar del trabajo, y Cristo descasó en el sepulcro en la carne asumida libre de los sufrimientos; el día octavo, resucitando, nos infundió la esperanza de la resurrección y de la vida inmortal.

lunes, 3 de agosto de 2009

La Paz del Corazón


La Paz auténtica del corazón sólo proviene del Espíritu Santo. Infunde una silenciosa percepción del amor de Cristo, que nada en este mundo puede destruir. Es perdón, es dulzura, es felicidad.