martes, 11 de agosto de 2009

Por mis manos, Señor, que cometieron lo indebido,
taladraron las tuyas con clavos;
tus pies, por mis pies;
tus ojos, por mis ilícitas miradas;
por mis oídos durmieron los tuyos el sueño de la muerte.
La lanza del soldado abrió tu costado
para que tus heridas pudieran expeler a cada momento
de mi corazón impuro
todo lo calcinado por el fuego,
todo lo asolado a causa de mi prolongada suciedad.
Finalmente moriste para que yo viviera;
fuiste sepultado para que yo resucitara.

Guillermo de San Teodorico, siglo XII
Oración Meditativa 8ª. 5

No hay comentarios:

Publicar un comentario