jueves, 17 de diciembre de 2009

Cristo, Sabiduría Divina


Oh Sabiduría,
que brotaste
de los labios del Altísimo,
abarcando
del uno al otro confín,
y ordenándolo todo
con firmeza y suavidad:
ven,
y muéstranos
el camino de la salvación.


De muchas formas fue el hombre amonestado a causa de la muchedumbre de pecados que, por diversos motivos y circunstancias, tomaron raíz del mal. Fue advertido por la Palabra de Dios, por los profetas, con beneficios, con amenazas, con desgracias, inundaciones, incendios, guerras, victorias, derrotas, con señales procedentes del cielo, con señales procedentes del aire, de la tierra, del mar, de los hombres, de las guerras, con inesperadas mudanzas de pueblos. Lo que por medio de todo esto se pretendía era destruir el mal. Finalmente, tuvo el hombre necesidad de un remedio más eficaz, pues sus enfermedades se hicieron más graves, esto es, homicidios, adulterios, perjurios e idolatría, que es el primero y el peor de todos los males pues traslada a las criaturas la adoración debida al Creador. Como tales cosas requerían un remedio mayor, mayor lo recibieron. Tal remedio fue el mismo Hijo de Dios, que es eterno, invisible, insondable, incorpóreo, principio que proviene del principio, luz que de la luz proviene, fuente de la vida y de la inmortalidad, expresión del prototipo de belleza, sello inmóvil, imagen inmutable, fin y palabra del Padre. Éste se inclina a quien es imagen suya; toma sobre sí carne a causa de mi carne, a causa de mi alma se une a un alma inteligente, para purificar lo semejante por medio de lo semejante. Se hizo hombre en todos los aspectos, menos en el pecado. Nació de la virgen, purificada primero en alma y cuerpo por el Espíritu, pues era necesario que fuera honrada la generación humana y aún más la virginidad. Siendo Dios se presentó con una naturaleza humana, un solo ser formado de dos naturalezas contrarias, carne y espíritu, de las que una era divina y la otra estaba divinizada. ¡Oh, inaudita mezcla! ¡Oh, extraña unión!

San Gregorio de Nacianzo
Homilía 38, 13

domingo, 13 de diciembre de 2009

Alegraos en el Señor; os lo repito: alegraos


Alegraos siempre en el Señor,
os lo repito, alegraos.
Que vuestra modestia
la conozca todo el mundo:
el Señor está cerca.
Filipenses 4, 4-5


Éste es el doble gozo que hallas ahora en el Espíritu Santo: el recuerdo de los bienes futuros y la capacidad de soportar los males presentes. Aquí no hay mezcla de gusto carnal, ni de placer mundano, ni de vanidad. Todo es Espíritu de verdad y sabiduría celeste, cuya dulzura saboreamos ya en ambos. Alegraos siempre en el Señor, dice el apóstol, os lo repito: alegraos. Y añade el motivo de este doble gozo: Que vuestra modestia la conozca todo el mundo: el Señor está cerca. ¿Qué otra cosa es la modestia, sino mansedumbre y paciencia? Alegrémonos, pues, por lo que esperamos, ya que el Señor está cerca. Y alegrémonos también por lo que toleramos, para que nuestra modestia irradie por doquier. Porque la dificultad produce entereza; la entereza, calidad; la calidad, esperanza; y la esperanza no defrauda.

San Bernardo de Claraval
Sermón 18, 3

sábado, 12 de diciembre de 2009

Antifona de Vísperas del Domingo 3 de Adviento

No hay otro Dios antes de mí, ni lo habrá después de mí, porque ante mí se doblará toda rodilla y me confesará toda lengua.

Isaías 43, 10; Romanos 14, 11


Yo soy el Alfa y la Omega. El Alfa designa la divinidad del Verbo; la Omega, la huma-nidad asumida. Principio sin término, como se afirma repetidamente en este libro, o bien para insinuar la unidad de la divinidad y la humanidad en Cristo, o bien para mostrar la unidad de la naturaleza de toda la Trinidad, de quien dice el profeta: No hay otro Dios antes de mí, ni lo habrá después de mí.

Beda el Venerable
Comentario sobre el Apocalipsis 22

jueves, 3 de diciembre de 2009

Ven, Señor, a mi encuentro

Tú, pues, Señor, ven a mi encuentro, pues te busco, y no puedo llegar a tu altura si tú, en tu bondad, no das tu mano derecha a la obra de tus manos.

Ven a mi encuentro y mira si hay en mí un camino de iniquidad, y si encontrares en mí el camino de iniquidad que desconozco, apártalo de mí.

Según tu modo de obrar habitual, compadecido de mí, llévame por el camino eterno, es decir, por Cristo,

que es el camino por el que se va,
la eternidad a la que nos dirigimos,
el camino inmaculado,
la mansión feliz.

Guerrico de Igny
Sermón 3 de Adviento, 2

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El banquete del Señor


El Isaías profetizó que, en aquel día, el Señor preparará, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera.
De hecho, cuando llegó aquel día, el Señor Jesús subió a un monte, junto al lago de Galilea, y compadecido de la multitud que buscaba en él una salvación temporal, los dio de comer, con sólo siete panes y dos peces.
La Divina Liturgia, a su vez, nos invita a esperar aquel día futuro, en el cual nos encontramos con el Señor, como si de un gozoso banquete se tratara: Señor y Dios nuestro, prepara tú nuestros corazones con la fuerza de tu Espíritu para que cuando llegue Jesucristo, tu Hijo, nos encuentre dignos de sentarnos a su mesa y él mismo nos sirva en el festín eterno.
San Bernardo, predicando a sus monjes durante el Adviento (sermón 5), les invitaba a saborear la Palabra de Dios, como el más preciado manjar, a fin de prepararse para la llegada del Señor:
Guarda la Palabra de Dios, como si fuese la mejor manera de conservar tus víveres naturales, porque la Palabra de Dios es el pan vivo, el alimento del espíritu. El pan material, mientras queda en el armario, puede ser robado; lo pueden roer los ratones e incluso puede echarse a perder. Pero, si lo hubieres comido, ¿temerás todo esto? Guarda así la Palabra de Dios: Dichosos los que la guardan. Métela en las entrañas de tu alma; que la asimilen tus afectos y tus costumbres. Como a gusto, y tu alma saboreará manjares sustanciosos. No te olvides de comer tu pan, y tu alma se saciará con enjundia y manteca. Si guardas así la Palabra de Dios, ella te guardará a ti sin duda alguna.

martes, 1 de diciembre de 2009

El brote del tronco de Jesé

Saldrá un renuevo del tronco de Jesé,
un vástago brotará de sus raíces.
Sobre él reposará el Espíritu del Señor.
(Isaías 11)
La célebre profecía del capítulo 11 de Isaías contempla a Jesé, padre de David, de cuyas entrañas brota la familia del Mesías. Isaías no sólo esperaba un nuevo Rey en Israel: esperaba al Rey eterno, salvador de los hombres, instaurador del Reinado de Paz de Dios, en el que habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos.

Son los tiempos de nuestro Señor Jesucristo. Así lo afirma san Bernardo en su segundo sermón del Adviento:

La Virgen Madre de Dios es la vara; su Hijo, la flor. Flor es el Hijo de la Virgen, flor blanca y sonrosada, elegido entre mil; flor que los ángeles desean contemplar; flor a cuyo perfume reviven los muertos; y, como él mismo testifica, es flor del campo, no de jardín. El campo florece sin intervención humana. Nadie lo siembra, nadie lo cava, nadie lo abona. De la misma manera floreció el seno de la virgen. Las entrañas de María, sin mancha, íntegras y puras, como prados de eterno verdor, alumbraron esa flor, cuya hermosura no siente la corrupción, ni su gloria se marchita para siempre.

Según el profeta Isaías, aquél día, la raíz de Jesé se alzará como enseña de los pueblos; a ella se volverán las naciones y será gloriosa su morada. Ese día fue el día del Señor, el día en el que, sobre el altar de la cruz, salvó a todos los hombres. Mirarán al que traspasaron.

Ese día todavía esperamos se consume en quienes aún vivimos esta vida, a quienes aún caminamos hacia ese Reino de paz y de amor, a quienes suspiramos por la eterna dulzura de quien transformará nuestra debilidad según el modelo de su condición gloriosa. Entonces, partícipes del ser de Dios, el conocimiento del Señor nos colmará como las aguas colman el mar.

lunes, 30 de noviembre de 2009

El Apóstol san Andrés


Antífona del Magníficat

Cuando llegó el bienaventurado Andrés
al lugar donde estaba preparada la cruz, exclamó:
«¡Oh buena cruz, por tanto tiempo deseada
y ya preparada a mis ardientes deseos!
Confiado y gozoso vengo a ti para que así, también tú,
con gozo me recibas como discípulo de aquél que en ti estuvo clavado».

domingo, 29 de noviembre de 2009

Domingo 1 de Adviento


Aquel día los montes destilarán dulzura, y las colinas manarán leche y miel
El comienzo del Adviento pone delante de nuestros adormecidos ojos la enorme dicha de prepararnos para salir al encuentro del Señor, que viene. Es tiempo de esperanza: ¡Aquel día! Durante estas cuatro semanas, la Iglesia nos invita a orar con esperanza, a perseverar en nuestra conversión, a contemplar al que volverá con poder y gloria, para juzgar a vivos y muertos.
Será día de gozo, día de salvación, día de tal dulzura, que hasta las colinas manarán leche y miel.
Por eso es tiempo de esperanza, es tiempo de despertar del sueño de la rutina, y aguardar expectantes la llegada del Señor.
Ven, Señor, y no tardes.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Jesucristo, luz del mundo y de los hombres


Como el pecado tiranizaba a todos los humanos y cual densa oscuridad cubría toda la tierra, los santos rogaban al Verbo de Dios que bajara a nosotros y, con su saludable luz, iluminara las mentes de todos. Claman, pues, a él, diciendo: Envía tu luz y tu verdad.
Y, efectivamente, nos fue enviada la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, esto es, el Verbo de Dios, Dios mismo, que habiendo asumido nuestra condición y engendrado por la Virgen santa, trajo la salvación al género humano, instaurando la antigua corruptibilidad de la naturaleza, como lo afirma Pablo: Renovando para nosotros un nuevo camino, unió el cielo y la tierra, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas.
San Cirilo de Alejandría
Homilía Pascual 2, 8

martes, 22 de septiembre de 2009

Piedad, Señor, piedad.

Desde lo hondo a ti grito, Señor. Desde la hondura de nuestro pecado, que nos deprime en lo profundo del alejamiento de ti, clamamos a ti, Dios todopoderoso, que miras desde lo alto, y eres capaz en tu inmenso amor de compadecerte de nuestra miseria. Hubiera querido estar en lo alto, haber permanecido siempre en la contemplación de tu bondad, y haber participado del Espíritu de vida con el que me sellaste en el bautismo. Pero me pudo mi propio pecado, y me alejé de ti, descendiendo a una región lejana, tenebrosa, fría y carente de verdadera vida. Desde lo hondo de mi yo, pecador, me dirijo a ti, Señor, fuente de la vida. Ten piedad de mí.
Un monje del Monte Irago

lunes, 21 de septiembre de 2009

En la fiesta del evangelista san Mateo


Cristo es la base y el fundamento de todo, que todo lo aglutina y sostiene para que esté bien firme. En él, efectivamente, todos somos edificados como edificio espiritual, erigidos por el Espíritu Santo en templo santo, en morada suya; pues, por la fe, habita en nuestros corazones.
También pueden ser considerados como fundamentos más próximos y cercanos los apóstoles y los evangelistas, testigos oculares y ministros de la palabra, con la misión de confirmar la fe. Pues en el momento mismo en que hayamos reconocidos la insoslayable necesidad de seguir sus tradiciones, conservaremos una fe recta, sin alteración ni desviación posible.
San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el Libro del Profeta Isaías 4, 2

viernes, 28 de agosto de 2009

Cristo es nuestra Paz


San Gregorio de Nisa, en su Tratado sobre el Perfecto Modelo del Cristiano, escribió:
La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por eso, cuando cesa en nosotros esa guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y así demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.
Por eso, san Benito nos manda a los monjes combatir bajo las banderas de Cristo, verdadero rey y Señor, no contra un enemigo externo sino, dentro de nosotros mismos, contra cuantas insidias despierta el antiguo enemigo, valiéndose de la debilidad de nuestra carne, de la codicia de nuestros ojos, o del orgullo del propio yo.
Si el modelo del cristiano perfecto, según san Gregorio, es quien ha alcanzado la perfecta paz, también el modelo del verdadero monje es el de quien, transfigurado por el Espíritu Santo, ha serenado su espíritu en la contemplación del Altísimo.
Señor, ¡quién me diera alas de paloma, para volar y posarme! Emigraría lejos, habitaría en el desierto!

Un monje

jueves, 27 de agosto de 2009

Oracion del Cristo sufriente


Tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí. Da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava.
(Salmo 85)
Señor, en la hora de soledad, en la agonía de Getsemaní, sé clemente con tu siervo, no lleves cuenta de la maldad humana, sino acuérdate solo de tu piedad. Unos soberbios se han levantado contra mí, y atentan contra mi vida. Por eso, Señor, en la hora del silencio, en la hora de la soledad, da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava. Me esperan la Cruz, los clavos, la larga agonía, los latigazos, la corona de espinas, los golpes y las bofetadas; los insultos, el abandono de los míos, la persecución de aquellos a los que curé, el desprecio de los que consolé y la injusticia de quienes debieran haber sido justos.
Pero sólo tú, Señor, eres rico en piedad y leal. Desde la debilidad de mi soledad, desde mi silencio sufriente, Señor, salva al hijo de tu esclava, concede la fortaleza de tu Espíritu a tu siervo. Redime en mí, oh Todopoderoso, a cuantos no pueden encontrar redención. Purifica en mi sangre a cuantos se han apartado de ti. Rescata en mi muerte a cuantos pierden su vida.
Tú, el Dios leal, salvarás en mi resurrección a cuantos en ti esperan; siendo clemente y misericordioso con tu siervo, lo serás con todos los discípulos que por mi nombre se atrevan a esperar en ti.
Mi silencio dolorido hablará a cuantos, desde su silencio, clamen a ti desde el fondo de sus corazones. Mi soledad, por ti amparada, será paraíso para cuantos me sigan. Mi oración, por ti escuchada, será fuerza para quienes en mi Espíritu sean iluminados.

Un monje

miércoles, 12 de agosto de 2009

La felcidad especulativa: visión cara a cara

No ha vuelto a surgir en Israel un profeta semejante a Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara
Deuternomio 34, 10.


Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido.

1 Corintios 13, 12


Allí no habrá trabajo en la acción, sino que solamente permanecerá el fruto eterno de las acciones pasadas. La felicidad especulativa que aquí se inicia, allí se perfecciona, cuando se contemple la presencia de los ciudadanos celestes y del propio Señor, no por un espejo o en enigmas, como ahora, sino cara a cara.
Beda el Venerable
Homilía VIII. Natividad de San Juan Bautista
PL. 94, 48

martes, 11 de agosto de 2009

Por mis manos, Señor, que cometieron lo indebido,
taladraron las tuyas con clavos;
tus pies, por mis pies;
tus ojos, por mis ilícitas miradas;
por mis oídos durmieron los tuyos el sueño de la muerte.
La lanza del soldado abrió tu costado
para que tus heridas pudieran expeler a cada momento
de mi corazón impuro
todo lo calcinado por el fuego,
todo lo asolado a causa de mi prolongada suciedad.
Finalmente moriste para que yo viviera;
fuiste sepultado para que yo resucitara.

Guillermo de San Teodorico, siglo XII
Oración Meditativa 8ª. 5

miércoles, 5 de agosto de 2009

Pedro el Venerable: Semón en la Transfiguración del Señor I


Hoy, queridos hermanos, brilla para nosotros un día más sereno de lo acostumbrado, porque la luz celestial se ha derramado sobre la tierra, porque la verdadera luz ha iluminado las tinieblas de los mortales, porque hasta corporalmente se ha mostrado visible el divino resplandor en el mundo humano. Hoy, el sol eterno, quitando un poco la caliginosa debilidad de la carne, a través de un cuerpo todavía mortal ha brillado en un nuevo y estupendo milagro, resplandeciendo admirablemente. Hoy, el Verbo hecho Carne, ha mostrado en la luminosidad del rostro y de los vestidos, la divinización de su carne a él unida. Hoy hemos visto su gloria, gloria como del Hijo único del Padre, en la voz venida a él desde lo alto de la gloria. Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco: escuchadle. He aquí la gloria del Unigénito del Padre, cuando el Padre reconoció a su Unigénito, cuando lo reveló a los ignorantes, cuando demostró que era su Hijo a través de sus obras divinas, cuando hoy singularmente lo clarificó, cuando lo distinguió de los adoptivos como hijo suyo propio, al decir, proclamando desde el cielo: Éste es mi Hijo querido. Tengo otros muchos por la gracia, pero este es mi Hijo por naturaleza. Los otros lo son en el tiempo, éste antes del tiempo. A los otros los he creado, a éste lo he engendrado. Y de tal manera lo he engendrado, que es mi unigénito. Y unigénito, porque lo he engendrado de mi substancia solo a él, y no a otros. Juan vio esta gloria, como de Unigénito del Padre, cuando conoció a Dios de Dios, cuando lo contempló transformado en la gloria, y cuando escuchó al Padre instruyendo a los hombres acerca del Hijo. Por eso dijo: Hemos visto su gloria, gloria como del Unigénito del Padre. Lo vio el, y lo vieron también otros. Lo escucho él, y lo escucharon también otros. Pues también Pedro dijo: Esa voz la escuchamos cuando estábamos con él en el monte santo. Otro que lo vio y lo escuchó lo atestiguan los santos evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, al afirmar: Tomó, dicen, Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, y se los llevó consigo a un monte elevado, y se transfiguró ante ellos. Se añade como tercer testigo de tal visión a Santiago, pues según la sentencia del Señor: Toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos. Tales palabras, tal visión, tan excelso asunto, convenía que fuera confirmado con el testimonio de los tres apóstoles más importantes. Así pues, el Salvador se llevó a tres discípulos, para que la divinidad de la Trinidad que se manifestaba, fuera significada en el número ternario de los discípulos.. Apareció, pues, el Padre en la voz, el Hijo en la carne glorificada, y el Espíritu Santo en la nube brillante.. He aquí que una nube brillante los cubrió. En verdad, la nube es el Espíritu Santo. Nube, pues enfría a las almas a las que cubre de los ardores de la voluptuosidad carnal, porque las fecunda con su lluvia celeste a las que encuentra áridas. Nube brillante, porque ilumina con su fulgor las oscuras tinieblas.. También la nube cubrió a la Virgen, cuando dice: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá. Mirad, hermanos, la gloria de esta solemnidad, mirad la obra de la Trinidad, mirad el misterio de la Resurrección. Y, ¿por qué dije de la resurrección? Habla el Padre, brilla el Hijo, cubre el Espíritu Santo. Los apóstoles ven esto, pero no sino después de ocho días. Así dice el evangelista Lucas: Después de estas palabras, pasados ochos días, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan. Sabéis, los que os habéis dedicado al estudio de la Escritura, que el número seis designa las pasiones de los malvados, el número siete el descanso de las almas, y el octavo la resurrección de la carne. Pues el sexto día, el hombre creado nació para trabajar, y Cristo padeció los insultos, los azotes, la cruz y la muerte; el séptimo día Dios mandó descansar del trabajo, y Cristo descasó en el sepulcro en la carne asumida libre de los sufrimientos; el día octavo, resucitando, nos infundió la esperanza de la resurrección y de la vida inmortal.

lunes, 3 de agosto de 2009

La Paz del Corazón


La Paz auténtica del corazón sólo proviene del Espíritu Santo. Infunde una silenciosa percepción del amor de Cristo, que nada en este mundo puede destruir. Es perdón, es dulzura, es felicidad.