viernes, 23 de abril de 2010

El crucificado ha resucitado




Subió al árbol santo de la Cruz,
destruyó el poder del abismo y,
revestido de poder,
resucitó al tercer día.
Aleluya.

Antífona del Magníficat
Vísperas del Viernes III de Pascua

Antes de Pascua, contemplábamos el Misterio de la Cruz con dolor, viendo sufrir al Señor. Él obedeció a Dios Padre Todopoderoso, y cargó con las iniquidades de los hombres. Sin abrir la boca, como manso cordero, fue llevado al matadero. Sus cicatrices nos curaron.

Pero, en Pascua, la contemplación del Misterio de Cruz está lleno de agradecimiento, de luz y de paz. Aunque los hombres vieran morir al crucificado, quien también moría en la Cruz era el poder de la muerte. Sucumbió ante el amor que manó del costado abierto de Cristo. La sangre y el agua mataron el poder del abismo, y nos fueron dados como prendas de nuestra propia resurrección.

El poder del abismo fue destruido por el Resucitado. Por eso, el tiempo de Pascua es tiempo de esperanza, tiempo de alabanza, tiempo de amor.

Señor, danos la alegría espiritual para perseverar en tu alabanza, a pesar de que todavía no haya triunfado en nosotros el poder de tu luz. Que amanezcamos en ti a la Luz de la Pascua. Amén.

Un monje

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