martes, 20 de julio de 2010

Cristo, Supremo Señor de todo


Pasaste, Señor, por el mundo haciendo el bien. Iluminaste nuestra tiniebla con la luz de tu palabra. Tu sublime forma de vivir arrebató a los apóstoles, y todavía hoy nos sigue diciendo cómo podremos ser felices, lejos del tiránico dominio del afán de poder y de los deseos.

Pero todo ello, Señor, fue poco. No sólo nos enseñaste a vivir, sino que destruiste el poder de la muerte con la que te rechazamos con la fuerza del amor de Dios. El Espíritu Santo, señor y dador de vida, nos fue entonces enviado desde tu boca, cuando soplaste sobre los admirados apóstoles que no acababan de creer que estabas vivo. Tu resurrección es ya nuestra vida, y tu luz es la única fuerza digna de merecer confianza.

A ti sea la alabanza, Señor Jesucristo, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; junto al Padre y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Un monje


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