sábado, 10 de abril de 2010

La Resurrección, de Dieric Bouts


Cristo ha resucitado. Desde aquel día de Pascua, en el que unos quedaron tendidos por el suelo sin que sus armas sirvieran para nada, y otros quedaron estupefactos ante la evidencia del poder del Espíritu Santo, nada en la historia de los hombres puede permanecer igual.

La Resurrección es motivo de alegría, pero también es una exigencia. La alegría de Pedro y Juan duró poco; a los pocos días, les habían molido las espaldas, y  lo que había sido seguir plácidamente a su Maestro, se convirtió en anunciar su nombre contra viento y marea.

Desde aquel día de Pascua, la Iglesia no ha dejado de caminar, a impulsos del Espíritu Santo. El destino ya no es de este mundo: es la Tierra Prometida a la que, como nuevo Israel, hemos sido invitados.

Por eso, nuestra oración es en este tiempo una prolongada alabanza, un aleluya al que sobran las palabras, pero no le falta ni alegría ni agradecimiento.

Este tiempo de Pascua es tiempo de adoración. La abandonada, la zarandeada, la afligida, se ve ahora llena de gloria y esplendor. La ciudad de Dios con los hombres, la nueva Jerusalén, ha sido reconstruida, con muros cuajados de piedras preciosas, con ríos llenos de vida y de paz.

Ha vencido el león de la tribu de Judá. Gloria a Cristo, nuestro Señor, vencedor del poder del pecado y de la muerte. A él sea la alabanza, ahora y por siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

1 comentario:

  1. ¡Que alegría es sentir la fe en el Resucitado! Que El nos llene de paz y de fuerza para extender a nuestro alrededor el amor que es la gracia continua que El nos da.

    ResponderEliminar